La práctica del arte marcial, es, mínimamente, lo que se ve desde afuera.
El trabajo lento y costoso, la autoevaluación, la autoexigencia y la colaboración de los compañeros, hacen parte de ese mundo. Con la tenaz aplicación del alumno, ante la progresiva incorporación de complejidad y técnica, consigue, a través del tiempo, el dominio de su cuerpo, y más tarde, de su mente.
El equilibrio, el dominio muscular, la administración conciente y racional del aire, la concentración, el dominio del contorno espacial, tanto abstracta como concretamente, son algunas características de la educación, así como la fuerza, la velocidad y la potencia son equilibradas por el control, por el afecto y por la comprensión del compañero; la ternura, la concesión y la modestia, son equilibradas por una profunda e íntima capacidad de evaluación de la soberbia ajena.
En las clases de formación marcial, se enfoca prioritariamente la defensa personal, ya sea contra un golpe o un agarre, el alumno aprende diferentes técnicas para repeler la agresión.
De esa orientación defensiva se deduce un principio importante: el arte marcial no estimula la violencia, al contrario, enseña los medios para evitarla y apenas ante casos de extrema necesidad, a repelerla.